Las mujeres judías cuya música conmovió a los nazis

En 1943, la profesora de música polaca, Zofía Czajkowska, se postuló para organizar una orquesta de mujeres en el campo de Birkenau, Auschwitz, cuando una guardiana nazi, Maria Mandel, famosa por ser de las más agresivas y sanguinarias del campo (y por ello apodada “La Bestia de Auschwitz”) quiso hacer una orquesta para amenizar las marchas militares y las llegadas de los nuevos prisioneros.

Zofia había llegado a Auschwitz un año antes, donde las infrahumanas labores físicas que se les exigían a los judíos en los campos de concentración la habían dejado completamente debilitada. Cuando obtuvo el cargo de directora, aunque nunca había dirigido una orquesta en su vida, fue movida a una barraca distinguida y se le otorgaron ciertos privilegios. Tanto ella como sus músicas, harían labores menos fatigantes y se dedicarían mayormente a estudiar y ensayar las canciones que solicitaban los soldados alemanes.

Zofia empezó a buscar músicas entre las mujeres del campo y lentamente empezó a formar una improvisada orquesta femenil. Poco después, el área de recepción de los nuevos prisioneros tendría como orden identificar músicas para ser asignadas a la orquesta. Aquellas que reconocieran tocar algún instrumento serían llevadas con Czajkowska, quien les asignaría un puesto, les entregaría partituras y las guiaría en los ensayos. En múltiples ocasiones, Czajkowska, aceptó en su orquesta a mujeres que no sabían tocar ningún instrumento para enseñarles a cómo utilizarlo y así mejorar sus condiciones de vida y salvarlas de la muerte.

Fue así como se formó la histórica Mädchenorchester von Auschwitz, o bien, la Orquesta de Mujeres de Auschwitz. 


“Solía cantar canciones de Schubert o Mozart, canciones que conocía de casa. Czajkowska fue a buscarme a mi barraca y me preguntó si tocaba algún instrumento y le dije que podía tocar el piano. Me dijo que no tenían piano, pero que si podía tocar el acordeón podía hacerme una audición para ver si entraba a la orquesta. Fui a donde era la audición, ella me dio el acordeón. Era la primera vez en mi vida que sostenía uno. Tuve que descifrar en ese momento cómo utilizarlo, así que intenté tocar lo que escuchaba y lo logré. Entonces me dijo que estaba admitida.Esther Bejarano


A mediados del mismo año, llegaría a Auschwitz una virtuosa de fama mundial. Se trataba de la legendaria violinista, Alma Rosé, cuyo inmenso talento, conocimiento y disciplina inclinaron a la “Bestia de Auschwitz”, Maria Mandel, a sustituir a Zofia y darle el cargo de conductora a la recién aprisionada. Aun así, Czajkowska se quedaría en la orquesta para ayudar a Rosé a dirigir a las mujeres polacas, puesto que Alma desconocía el idioma.

Rosé era severamente estricta y obligaba a sus músicas a ensayar diariamente ocho horas, a parte de las horas que ya se tocaban en las marchas militares o en la arribada de los nuevos prisioneros. Lograría mejorar tanto la calidad musical de la orquesta que pasarían a tocar no solo en los eventos mencionados, sino también en conciertos dominicales, en la enfermería, durante visitas élite al campo y por solicitudes individuales de los soldados.

Alma ganó una reputación controversial debido a su severidad y crueldad al momento de enseñar y dirigir, además de que mantenía buenas relaciones con los soldados dentro del campo. Complacía todas sus peticiones al pie de la letra y llegaba a tratar desdeñosamente a las integrantes de la orquesta, pues siempre exigía perfección a pesar de las pobres condiciones que enfrentaban.

Si no tocamos bien, nada los detendrá de enviarnos al crematorio. ⸻ solía decir. 

Alma obtendría muchos privilegios, entre ellos una habitación individual, acceso a servicios de higiene, comida y más adelante, se le otorgaría el título de kapo. Usaría el poder del mismo para evitar que las integrantes de la orquesta fueran enviadas a las cámaras de gas. Además, solicitó que ya no se les obligara a cumplir con trabajos forzosos (para cumplir con las horas de ensayo), que se les diera mejores comidas, se les otorgaran duchas semanales, que recibieran cuidados médicos y que estuviese prohibido exigirles tocar en condiciones climáticas precarias (como bajo la lluvia o en la nieve). Asimismo, mantenía a la orquesta en una barraca con suelo de madera y estufa (con el argumento de preservar la calidad de los instrumentos).


Estaba desnuda, recién me habían rasurado la cabeza y me estaban tatuando mi número en el brazo cuando la prisionera que me tatuaba me preguntó:

  • ¿Qué hacías antes de ser arrestada?
  • Tocaba el chelo.
  • Fantástico, entonces te vas a salvar.

Se fue y me dijo: quédate aquí, no te muevas.

Una mujer hermosa, con un abrigo de pelo de camello que llevaba un pañuelo en la cabeza entró. No tenía idea de quién podía ser. ¿Era un guardia o una prisionera? Estaba tan bien vestida que me quedé totalmente desconcertada. Me saludó y se presentó como Alma Rosé. Simplemente estaba encantada de saber que yo era violonchelista y me preguntó de dónde venía, con quién había estudiado, etc.”

Anita Lasker-Wallfisch, chelista de la Orquesta Femenil de Auschwitz


Aunque inevitablemente en la orquesta había músicas que no podían cumplir con lo exigido, Alma no despidió a nadie, pues sabía que eso significaría condenar a las mujeres a la cámara de gas. En vez, les retiraba a las mujeres su instrumento y las ponía de asistentes o les asignaba otra tarea de manera que pudiera justificar su prevalencia en la barraca.

Hilde Grunbaum, una violinista principiante pasó a ser la asistente personal de Rosé y fue la responsable oficial de las partituras. Entre sus audacias, logró meter a dos de sus amigas a la orquesta para salvarles la vida y se las arregló para recibir de contrabando una funda de almohada. La coció y modificó para convertirla en una bolsa especial para salvaguardar las partituras y los arreglos de Rosé.

La bolsa de Hilde se encuentra en el Centro Mundial de Conmemoración del Holocausto

Mientras tanto Alemania tomaba Francia y Fania Fénelon cantaba en uno de los bares concurridos por los soldados alemanes. Aunque posteriormente llegó a expresar arrepentimiento por entretener al enemigo, en ese momento aprovechaba la embriaguez de los soldados para obtener información y transmitirla a la resistencia, cosa que la llevó a ser arrestada y que se descubriera que era mitad judía. Fue así como llegó a Birkenau, Auschwitz, en 1944.

Estaba en una barraca cuando un kapo entró y buscó a gritos a una cantante. Fénelon se ofreció como voluntaria, a pesar de que se encontraba en pésimas condiciones de salud. Cantó entonces un pasaje de Madame Butterfly para Alma Rosé y fue trasladada inmediatamente a la barraca de las músicas. Se volvió una de las cantantes más importantes, arregló partituras para Rosé y en ocasiones, sustituyó a compañeras enfermas en la batería.


[…]nunca antes habíamos tocado tanto y tan frecuentemente. Dábamos hasta tres conciertos cada domingo. Durante el día y también por la noche, los oficiales de la SS venían a nuestras barracas y exigían su ración de música. En Birkenau la música era lo mejor y lo peor. Lo mejor porque se tragaba el tiempo y nos permitía olvidar, como una droga… después estábamos entumecidas y consumidas. Lo peor: nuestro público – por un lado, los asesinos, y por el otro, las víctimas.

Kramer lloraba cuando tocábamos el Traumerei de Schumann. Él ingresó en la cámara de gas a 24.000 personas. Cuando se cansaba de su trabajo, venía con nosotras y escuchaba música.” Fania Fénelón, Cantante de la Orquesta Femenil de Auschwitz


Alma Rosé enfermó repentinamente y murió en tan solo dos días. El doctor Mengele, célebre por experimentar con gemelos de los campos hasta matarlos, la cuidó y Maria Mandel le hizo compañía. En un inédito e histórico momento, al fallecer, los nazis le celebraron a la conductora judía un homenaje fúnebre, donde cubrieron su cuerpo con una tela blanca y lo llenaron de flores.

El funeral de Alma Rosé es el único caso registrado donde se haya honrado a un prisionero judío fallecido en un campo de concentración.

Sus esfuerzos no habían sido en vano, de las aproximadamente 40 integrantes, solo una música, aparte de Alma, había perdido la vida. La música las había salvado.

Al poco de la muerte de Rosé, el resto de la orquesta fue enviada a otro campo de concentración, Bergen-Belsen, donde perdieron todo tipo de privilegio, sufrieron abusos, enfermedad y ya no se les permitió tocar música. Dos integrantes más fallecieron ahí.  

Fénelon padecía de un severo caso de tifus y pesaba tan solo 29 kilos cuando los soldados británicos liberaron Bergen-Belsen en 1945 y ella cantó a la radio de la BBC en el momento de la liberación.


La música no puede ser destruida. Los alemanes destruyeron tanto… Pero la música es indestructible.

Anita Lasker Wallfisch, chelista de la Orquesta Femenil de Auschwitz




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